Un encuentro casual puede dar pie a un proyecto, si no de vida, al menos de una parte de ella. Todo empezó en Nanawa, en la frontera entre Paraguay y Argentina, donde Clarisa Navas estaba grabando, a mediados de la década pasada, un documental para Canal Encuentro. Su pequeño equipo recorría con la cámara el …
un niño frente a cámara y diez años de ternura, crisis y transformación

Un encuentro casual puede dar pie a un proyecto, si no de vida, al menos de una parte de ella. Todo empezó en Nanawa, en la frontera entre Paraguay y Argentina, donde Clarisa Navas estaba grabando, a mediados de la década pasada, un documental para Canal Encuentro. Su pequeño equipo recorría con la cámara el mercado de la zona y un niño rubio los seguía a todas partes. Finalmente, Clarisa le colocó el micrófono y Ángel Stegmayer sacó hacia afuera un mundo y una imaginación descomunales, sorprendiéndola del mismo modo que lo hará con los espectadores. Y ahí empezó a nacer El príncipe de Nanawa, un retrato de Ángel que lo sigue a lo largo de una década en la que ese niño perspicaz de ojos chispeantes se va transformando, delante de nuestros ojos, en un adolescente… con todo lo que eso implica.
“En mi memoria fue como algo mágico –explica Navas, a pocos días de estrenar la película en el MALBA–. Él miraba lo que hacíamos y quería que lo filmara. Me decía ‘tengo algo para decir’. Y al grabarlo apareció algo que no me imaginaba. Ahí sentí una afinidad muy grande con él. Cuando terminó me hizo prometerle que nos íbamos a volver a ver y me dijo que ese había sido el día más feliz de su vida porque era la primera vez que alguien lo tomaba en serio, ya que en la escuela se burlaban mucho de él y le decían que estaba loco. Lo que no me imaginaba era que iba a ser una película de diez años”.
La forma de El príncipe de Nanawa se fue dando naturalmente. Navas volvió a la zona, rastreó a Ángel y le propuso hacer el documental, pese a las reticencias de la madre. “Es un lugar complejo –analiza–. Ahí hay muchas infancias que no volvieron más y si bien la película no va mucho sobre eso, sí está presente. Él, al principio, no entendía mucho: ‘¿Cómo una película? ¿Debería actuar?’, me preguntaba. La idea que le propuse fue que la hiciéramos entre los dos. Y ahí se me ocurrió regalarle una cámara para que él tenga la posibilidad de hacer sus propias imágenes. Yo pensaba que como mucho iba a durar un año, año y medio”.
El príncipe se extiende por tres horas y media divididas en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, lo que se ve es la vida de ese niño lúcido y curioso, a la que la producción visita seguido. Pero que también se filma en sus rutinas cotidianas, casi a modo de inocente diario personal. En la segunda mitad coinciden dos “terremotos” simultáneos: la pandemia y la adolescencia. Y a partir de allí, Ángel será y no será la misma persona. Y la película sumará nuevos ingredientes: romances, tensiones, crisis personales y algo que bien podría resumirse como pérdida de la inocencia.
“Ángel tiene algo muy asentado en la palabra que es bastante diferente al contexto y también a las masculinidades, que son mucho más cortas, de no hablar, no expresar sus sentimientos –analiza la realizadora correntina de Hoy partido a las tres (2017) y Las mil y una (2020)–. Y la conjunción pandemia y adolescencia fue explosiva. Pertenece a esa generación a la que la pandemia le comió dos años importantes de su vida y de su relación con lo escolar. Nosotros estuvimos un año y medio casi sin vernos y, por más que hacíamos videollamadas, fue muy radical la diferencia y eso se nota. Yo misma me preguntaba cómo había pasado. Se transformó de una manera muy fuerte, con pensamientos que por ahí los masticó en soledad, como les pasó a muchos chicos de esa generación. Nuestra presencia ahí habilitaba otro tipo de sensibilidad, otro tipo de posibilidad de ser varón que no necesariamente pasara por la rudeza. Y al cortarse eso, cambió. Él me decía: ‘Bueno, vos no entendés porque no sos varón y no sabés lo que es pasar por ciertas cosas’”.
En más de un sentido, hacer el documental modificó la vida de Ángel. Quizás, de no haber estado la directora como contención y la película como meta, las cosas podrían haber sido muy distintas. Navas es consciente de ese delicado balance y fue algo que tomó en cuenta. “Los encuentros modifican mucho la experiencia –explica–. Siempre estuvo presente el tema de conversar, de entender qué se estaba haciendo y también de suspender si él así lo quería. En muchos momentos no grabamos. Ha habido períodos muy difíciles y siempre primó más el vínculo con Ángel que cualquier otra cosa. Yo siento esa intervención, pero la siento como con cualquier persona querida o cercana a la que quiero y con la que me involucro, porque creo que la película también trata de eso. Hay una gran línea en la película, para mí fundamental, que tiene que ver con el amor. Nuestro acercamiento tiene que ver con eso. Abrir una forma posible de amor en un sistema en el que no aparece tanto”.
Para la directora, que creció en un barrio popular de Corrientes (las llamadas Mil Viviendas, donde transcurre su película Las mil y una), hay una identificación directa con las experiencias de Ángel. Y eso es algo que está también en sus anteriores películas. “Es muy cercana a las otras, tiene la misma chispa –explica–. Algo que para mí pasa por la posibilidad de invención o de creación en un contexto que niega esa posibilidad. Hoy partido… es sobre juntarse a jugar al fútbol en una cancha toda rota y que ahí suceda una magia. Y lo mismo pasa con Las mil y una, que es mi barrio y en la que traté de narrar ese espacio de otra manera, a través de las experiencias de vida y los afectos y los vínculos que lo sostienen”.
Navas es consciente de que la crisis del cine nacional es durísima para los que trabajan en esa industria. Pero que será aún peor para los que recién empiezan. “Es algo que me pregunto en el ejercicio docente, ya que doy clases en la ENERC: ¿Qué va a pasar con todas estas personas que están estudiando si no hay posibilidad de trabajo? Lo veo todo muy difícil. Yo siento que mi generación tuvo la posibilidad de asomar las narices y que algo llegó a hacer, pero hay una generación más joven que ni siquiera eso. La forma en la que se hizo Nanawa me esperanza en cierto punto. Es como decir, ‘bueno, por más que esté todo en contra, existe la posibilidad de un encuentro, de salir, de acercarse a otra persona y de empezar a tramar algo, aunque sea con cero recursos.’ Es la posibilidad de seguir en movimiento, de seguir haciendo cine”.
El príncipe de Nanawa
Dirección: Clarisa Navas. Fotografía: Clarisa Navas. Con Ángel González y vecinos de Nanawa y Clorinda. A partir del 10 de agosto, todos los domingos a las 20 en el MALBA, Av. Figueroa Alcorta 3415, (CABA).