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“La derecha repite recetas viejas, que ya fracasaron, pero las vende como nuevas”

Construyó una carrera que combina compromiso político, rigor actoral y memoria afectiva. Nacido en La Plata pero con raíces puneñas y sensibilidad latinoamericana, Juan Palomino es uno de los intérpretes más sólidos del teatro, la televisión y el cine argentinos. Encarnó personajes emblemáticos como Túpac Amaru, Mario Roberto Santucho, el poeta Javier Heraud y Diego …


Construyó una carrera que combina compromiso político, rigor actoral y memoria afectiva. Nacido en La Plata pero con raíces puneñas y sensibilidad latinoamericana, Juan Palomino es uno de los intérpretes más sólidos del teatro, la televisión y el cine argentinos. Encarnó personajes emblemáticos como Túpac Amaru, Mario Roberto Santucho, el poeta Javier Heraud y Diego Maradona, entre otros. En cine se destacó en Kryptonita (Nicanor Loreti), Contrasangre (Nacho Garassino), El pozo (Rodolfo Carnevale) y Los del suelo (Juan Baldana). Su voz, su presencia y su convicción lo convirtieron en un referente que desafía estereotipos con coherencia.

—¿Cuándo supiste que ibas a ser actor?

—Lo decidí cuando salí de la colimba. Mi viejo, que fue quien de chico me había llevado a hacer teatro para integrarme cuando volví de Perú, me dijo: «OK, pero laburá». Yo tenía 14 años cuando regresamos a la Argentina, y un año después ya estaba en clases. Nadie pensó que eso iba a marcar mi vida para siempre.

—¿Qué querías ser de chico?

—Astronauta. Soy de la época en que la URSS y Estados Unidos competían por el espacio. Mi viejo tenía una foto con Valentina Tereshkova, la primera cosmonauta, cuando visitó Cusco. Eso me impactó. Me armaba naves espaciales con sillas abajo de la mesa.

—¿Qué recordás de tu infancia en Perú?

—El cine.  No había mucho entretenimiento en Cusco. Ir a una sala oscura fue un antes y un después. También leía historietas, aunque la literatura llegó después.

—¿Algún actor te marcó?

—James Dean. Cuando vi Al este del paraíso, de Elia Kazan, sentí que actuar así era lo más.

—¿Qué te interesa por fuera de la actuación?

—La gestión cultural. Fui dos veces director del Festival de Cine de las Tres Fronteras en Puerto Iguazú, un lugar sin salas que transformamos con pantallas al aire libre. Me marcó profundamente. Estudio en CLACSO y busco generar espacios de vínculo entre el arte y la sociedad.

—¿Siempre estuvo presente la política en vos?

—Para mí es clave en la construcción de la identidad y la memoria. No puede haber presente ni futuro sin incluir a todos. Puede parecer anacrónico, pero lo que hoy se propone como novedoso ya lo vivimos: Alsogaray, Martínez de Hoz, el menemismo… Ya sabemos cómo termina eso. La derecha repite recetas viejas, que ya fracasaron, pero las vende como nuevas. Frente al individualismo, solo la organización colectiva permite transformar.

¿El arte es un hecho político?

—Siempre. Todo trabajo lo es. La cuestión es desde dónde lo hacés y con qué convicción. Creo que el arte es un lugar de resistencia.

—Trabajaste de muchas cosas…

—Fui ayudante de albañil, mecánico, pintor, trabajé en fábricas y supermercados. En el hospital psiquiátrico de Melchor Romero empecé como sereno, luego como enfermero. Allí fundamos en 1984 un grupo de teatro como herramienta terapéutica. Eso me marcó para siempre.

—¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?

—Bien. Siento que viví mucho e intensamente. Llegué a los 63 con la sensación de haber hecho bastante. Pensé que habíamos construido una base para ir hacia arriba, pero hoy estamos más abajo que antes. La incertidumbre me afecta, pero hay que seguir.

—Parecés más joven.

—Siempre hice ejercicio. Ahora estoy más sedentario, pero creo en el disfrute: una buena comida, un vino, amigos, viajar. Tengo tres hijos hermosos: Aarón, que participó en Mazeltov; Sofía, que actúa en la serie de Pablo Echarri y la China Suárez; y Floriana, que vive en Río y sueña con hacer cine.

—¿Estar en pareja ayuda?

—Claro. Con Charo Bogarín llevamos siete años de una relación intensa. Compartimos convicciones, eso sostiene en tiempos difíciles. Creo en el amor y en el sexo como lenguaje. ¡Y en las convicciones!

—¿Hay que escaparle al hedonismo?

—No. El placer es vital. Disfrutar en la medida de lo posible es un acto de gratitud. No todos pueden vivir de su profesión. Yo soy un privilegiado.

—¿Cómo sería tu última cena?

—Para los que me mandan a vivir a Cuba o Bolivia (risas), haría un menú étnico: causa de atún, lomo saltado, chicha morada y pisco sour. Y de fondo, la música de Perdidos en la noche o alguna canción de Charo, como «Ay corazoncito», «La espina» o la que ella quiera.  «

Ping pong con Juan Palomino



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