Los objetos, se presume, carecen de alma. No sienten, no piensan, no sueñan. La sentencia podría alcanzar un altísimo nivel de aceptación, incluso en estos tiempos de profunda densidad terraplanista. Pero afortunadamente no todo es lo que parece y muchas cosas -todavía- pueden sorprendernos. Spinetta. Fotografías de Eduardo Martí es mucho más que una publicación …
“Me duele pensar que Luis se fue en un momento en el que tenía todo para disfrutar”

Los objetos, se presume, carecen de alma. No sienten, no piensan, no sueñan. La sentencia podría alcanzar un altísimo nivel de aceptación, incluso en estos tiempos de profunda densidad terraplanista. Pero afortunadamente no todo es lo que parece y muchas cosas -todavía- pueden sorprendernos. Spinetta. Fotografías de Eduardo Martí es mucho más que una publicación con imágenes del Flaco. Es, incluso, mucho más que un libro. Percibirlo no exige ser un fan inclaudicable ni un melómano certificado. El primer contacto con el libro —su peso, la calidad de impresión, la belleza de las fotos— transmite algo tan intangible como poderoso: el amor por la obra del ex Almendra, Pescado Rabioso e Invisible. Pero también proyecta una luminosidad que permite reconectarnos con la vitalidad y la cosmogonía spinetteana.
Eduardo “Dylan” Martí se volvió casi una leyenda incluso para quienes no lo conocieron personalmente en la era preinternet. Estudió en Foto Club Buenos Aires, a finales de los ’70 en el laboratorio de la Editorial Abril, y pronto trabajó en muchos de los medios gráficos más importantes de Argentina. Además, integró Pacífico, donde fue el principal compositor, y grabó con el grupo el disco La bella época (1972). Su vínculo con Luis Alberto Spinetta comenzó en 1969, cuando lo fotografió por primera vez durante un show de Almendra en el Festival Pinap, y desde 1974 cultivaron una amistad entrañable que perduró toda la vida. Martí incluso compartió su creatividad musical con Spinetta: colaboraron en tres composiciones, entre ellas “Quedándote o yéndote” y los instrumentales “Almendra” y “Garopaba”. Ese amigo y –podría decirse- consultor estético de Spinetta debería tener una sensibilidad muy especial y claramente la tiene.
Martí recibió a Tiempo en su hogar del barrio de Colegiales. Es un departamento sin estridencias, pero repleto de recuerdos e imágenes de Spinetta. También se destacan algunas guitarras con las que se reconecta con su otra gran pasión -el año pasado grabó y editó los discos Centrifugados por la ola y Buscando oro en el lugar equivocado– y sobrelleva con coraje un severo problema de salud.
—El libro es espectacular. ¿Cómo lo fuiste pensando?
—Fue un intento de estar a la altura del legado de Luis. Hubo propuestas previas que no me convencieron, no me ofrecían el nivel de producción que su obra merece. Este libro no intenta contar toda su vida, eso sería imposible. Apenas recoge fragmentos de ese recorrido, con el cuidado que su memoria merece: en el diseño, en el papel, en las fotos.
—Fuiste muy amigo de Luis. ¿Era consciente del valor de su obra, de que trabajaba en presente, pero también para la posteridad?
—Absolutamente. Era obsesivo en todo lo que hacía. En cada canción, en cada acorde, en cada palabra… Todo lo hacía con amor y precisión. No se conformaba con menos. Esa dedicación también la aplicaba a lo cotidiano. Cocinaba con la misma entrega con la que componía una lírica o pensaba una armonía. Ese amor por el contenido y los detalles, también están en este libro. No es sólo un trabajo fotográfico, es una forma de rendirle tributo.
—Otra de sus facetas era el carácter. Grabó en una época donde las discográficas eran particularmente fuertes y jamás dejó condicionar su trabajo.
—Tenía convicciones innegociables. Pudo haber ganado mucho dinero, pero jamás le interesó. Nació con una capacidad especial para bajar ideas del éter. Era un buscador de belleza, de verdad. Se ubicó desde el principio en un lugar distinto. Con Almendra ya marcó una diferencia clara. Fue parte de la segunda camada del rock argentino, con Charly, entre muchos otros, y lo llevó a otro nivel.
—¿Su originalidad venía de su sensibilidad y síntesis entre las influencias del rock anglosajón y cierto cercanía con el folklore y el tango?
—Luis escuchaba todo. De los Beatles a Björk, pasando por Steely Dan, Prince, la Mahavishnu Orchestra, Bill Evans, Weather Report y mil cosas más. Pero también siguió a Litto, Moris, Tanguito… Su padre era cantor de tango y varias de sus composiciones tienen bandoneón. Y siendo adolescente compuso “Barro tal vez”, que es casi una zamba y después grabó con Mercedes Sosa. Era un músico de 360º, pero siempre sonaba a él mismo.
—Spinetta no se subía a las modas. ¿Hasta qué punto lo influyó su tiempo?
—Nadie escapa a su tiempo. Creo que a Luis lo influyó mucho, pero no estrictamente en el sonido o en la forma de componer. Creció con el bombardeo a Plaza de Mayo, Onganía, Lanusse… Después vino la todavía más brutal dictadura del ’76. Aunque pareciera un extraterrestre, estaba plantado en su realidad. Su sensibilidad no era ingenua: entendía el contexto, lo filtraba con poesía y con rebeldía.
—¿Cómo lo conociste personalmente?
—A través de Machi Rufino, que ya tocaba con él en Invisible. Yo tenía cierta relación con Black Amaya, Pappo y varios músicos de la zona de Mataderos oeste. Me propusieron hacer fotos de prensa, nos caímos bien y así empezó una amistad que duró hasta el final. Nos hicimos muy cercanos. Compartíamos muchas cosas, no sólo lo artístico.
—¿Qué hacían juntos?
—Veíamos pelis, comíamos, charlábamos, compartíamos cosas. No necesitábamos hacer planes muy complejos. Pero era cara a cara, nada de teléfonos o celulares. Compartir cualquier momento con él siempre era algo valioso y enriquecedor. La vida en general. Cocinaba, compartía. Era muy inteligente. Cada encuentro dejaba algo. No era solemne. Nos reíamos mucho también. Hablábamos de cine, de música, de ideas. Compartir era eso: conversar. Luis también era un tipo que sabía escuchar. Y los dos amábamos las guitarras, era una de nuestras obsesiones.
—Acompañaste casi toda su carrera. ¿Tenés un disco favorito?
—Artaud, sin dudas. Aunque no lo conocía aún, ese disco es la nave insignia del rock argentino. Les gusta a todos los músicos. Pero Luis hizo más de 40 discos. Fue una locomotora. Nunca paró. Y lo más impresionante es que no hay un solo disco menor. Todos tienen una entrega total.
—¿Te marcó esa coherencia?
—Claro. Nunca hizo un disco por contrato. Nunca grabó por grabar. Cada obra tiene un espíritu, un contenido, una estética clara. Incluso cuando hizo aquel disco en Estados Unidos (Only Love Can Sustain), con CBS y con Guillermo Vilas de contacto, jamás se terminó de sentir cómodo. Era una maquinaria demasiado grande. El disco es bueno, pero queda un poco ajeno de su obra.
—¿Cómo ves el presente, comparado con aquellos tiempos?
—Hay un vacío tremendo. Todo se ha vuelto frágil, rápido, efímero. El teléfono nos invadió la vida, es adictivo. Lo veo en mi hija de diez años, pero también en los adultos. Perdés tiempo y capacidades cognitivas. Como sociedad siento que la gente se está pegando un “noni noni” terrible. El mundo cambió y nos cuesta adaptarnos sin perder lo esencial. La tecnología nos da cosas, pero también nos quita. A veces siento que estamos entregados a una pantalla. Y mientras tanto mucha gente fea y pesada hace mucho daño.
—¿Qué sentimientos tenés hoy frente a la muerte de tu amigo?
—Mucho dolor, claro. Y bronca. Se murió con 62 años, era muy joven. Me duele pensar que se fue en un momento en el que tenía todo para disfrutar. A sus hijos, sus nietos… Contaba con el cariño y reconocimiento de su público. Pudo habernos dejado mucho más arte, mucha más amistad. Fue y es lo más difícil de aceptar. No perdí solo a un gran músico, perdí un amigo, un faro. Pero a todos nos toca y nadie puede elegir cuando. «
Spinetta. Fotografías de Eduardo Martí
Publicación de las editoriales Sonamos y Vademécum. 346 páginas. Se consigue en www.spinettaxmarti.com.ar.