El título de la película no es un detalle menor. Elegir una estación del año como referencia no solo sitúa temporalmente la historia, sino que sugiere un estado emocional. El otoño, con su carga simbólica de tránsito, cambio y cierta melancolía, se convierte en una metáfora visual y narrativa de los personajes que transitan esta …
una película sobre heridas familiares y segundas oportunidades

El título de la película no es un detalle menor. Elegir una estación del año como referencia no solo sitúa temporalmente la historia, sino que sugiere un estado emocional. El otoño, con su carga simbólica de tránsito, cambio y cierta melancolía, se convierte en una metáfora visual y narrativa de los personajes que transitan esta historia. La naturaleza, que sigue su curso al margen de la voluntad humana, actúa como telón de fondo frente al cual los personajes despliegan sus emociones, como si sus vidas fueran hojas que caen lentamente.
François Ozon, con apenas 57 años, es uno de los directores más prolíficos y versátiles del cine francés contemporáneo. En el último tiempo ha estrenado al menos una película por año, abordando los temas más diversos, pero siempre con una sensibilidad y una forma de narrar que le son propias. En Cuando cae el otoño, vuelve a demostrar su capacidad para crear personajes sólidos, complejos y entrañables, desarrollados en profundidad y con un cuidado notable por los tiempos narrativos.

En esta ocasión, además de encargarse de la dirección, Ozon se une a Philippe Piazzo para escribir el guion. La historia transcurre en un pequeño pueblo de la región de Borgoña, donde dos mujeres mayores —Michelle y Marie-Claude— recolectan hongos del bosque para preparar una comida familiar. Esta costumbre típicamente francesa no es solo un punto de partida anecdótico: es el germen de un conflicto que se desplegará con un ritmo pausado pero constante, como un dominó emocional que va revelando capas y tensiones con cada escena.
La talentosa Hélène Vincent, con sus 81 años, interpreta a Michelle con una calidez y profundidad que cautivan desde el primer momento. Con gestos sutiles y una presencia poderosa, sostiene gran parte del peso dramático de la película. Su relación con su hija (interpretada por Ludivine Sagnier) es distante y conflictiva, pero se equilibra con la conexión entrañable que mantiene con su nieto, encarnado por el joven Garlan Erlos. Lejos del típico rol infantil que roba escenas con ternura o humor, Erlos aporta verdad y emoción, integrándose con naturalidad al elenco y aportando frescura sin caer en clichés.
Otro de los grandes aciertos de Ozon es el lugar que otorga a los personajes mayores, recuperando a las actrices Vincent y Josiane Balasko (en el rol de Marie-Claude), ambas vistas anteriormente en Gracias a Dios, y colocándolas en el centro del relato. Al hacerlo, desafía el modelo comercial del cine contemporáneo, que suele relegar a los intérpretes de mayor edad a roles secundarios. Aquí, en cambio, la vejez no es decorado ni obstáculo: es esencia y motor. Ozon rescata la belleza singular que habita en los rostros arrugados, en los cuerpos cansados, en las miradas que han visto mucho.
La aparición de Vincent Perrin (interpretado por Pierre Lotin), hijo de Marie-Claude y recién salido de prisión, añade tensión a la trama. Comienza como ayudante de Michelle, pero pronto sus acciones desestabilizan la ya frágil relación entre madre e hija. Es un personaje que condensa las contradicciones del film: alguien que, en su intento de ayudar, termina hiriendo; alguien que busca pertenecer, pero que no logra comprender del todo el entramado emocional que lo rodea.
La película avanza con un suspenso sutil, con giros inesperados y un tratamiento delicado de los vínculos familiares. Ozon no se limita a mostrar una familia tradicional: se anima a explorar nuevas formas de amor y de cuidado, ensambles que no responden a modelos normativos pero que se sostienen en el afecto genuino. Se trata de familias atravesadas por la distancia, el dolor y las diferencias, pero también por la voluntad de sanar.

Uno de los aspectos más conmovedores de la película es la relación entre Michelle y su nieto. En ella se expresa esa conexión especial que puede surgir entre abuelos y nietos, un entendimiento que a veces supera incluso al vínculo entre madre e hija. Hay miradas que dicen más que las palabras, caricias que alivian, silencios que comprenden.
Cuando cae el otoño nos lleva lejos del bullicio de las ciudades, hacia la Francia profunda, donde lo cotidiano adquiere una fuerza poética. En ese entorno, Ozon construye personajes sencillos pero profundamente humanos, con valores que resisten al paso del tiempo.
La puesta en escena está a la altura de las mejores películas del director de 8 mujeres. La fotografía es precisa y, como es habitual en su cine, el diseño visual cuida con esmero los objetos cotidianos, los interiores cálidos y los paisajes otoñales que parecen pinturas vivas. Todo está dispuesto con una belleza silenciosa que acompaña la emoción sin opacarla.
En definitiva, Cuando cae el otoño es una película que se siente honesta, que no busca grandes artificios, sino retratar lo más complejo y delicado: las relaciones humanas. Ozon no defrauda ni a sus seguidores más fieles ni a quienes se acercan por primera vez a su cine. Su manera de contar sigue siendo única, y aquí lo hace con una madurez que emociona y deja huella.
Cuando cae el otoño
Dirección: François Ozon. Guion: François Ozon y Philippe Piazzo. Elenco: Hélène Vincent, Ludivine Sagnier, Josiane Balasko, Pierre Lotin, Garlan Erlos. Estreno: jueves 31 de julio.