Make your inbox happier!

Subscribe to Our Newsletter

“Tengo un oficio que, con suerte, en algún momento se transforma en arte”

Mientras se desarrolla la sesión de fotos, el estudio revela un costado más íntimo de Julio Chávez. Los aromas de los materiales abren un espacio sensorial a un universo que pocos conocen. En algunas de sus obras -pinturas, esculturas, instalaciones- se percibe la tensión entre equilibrio y movimiento: una poética visual que parece dialogar con …


Mientras se desarrolla la sesión de fotos, el estudio revela un costado más íntimo de Julio Chávez. Los aromas de los materiales abren un espacio sensorial a un universo que pocos conocen. En algunas de sus obras -pinturas, esculturas, instalaciones- se percibe la tensión entre equilibrio y movimiento: una poética visual que parece dialogar con los temas abordados durante la entrevista con Tiempo Argentino. Un equilibrio inestable, siempre en fuga hacia adelante.

“A mi artista plástico le nació un hermano actor que lo tapó. Pero es una suerte: tengo un hermano actor que trae la plata para que yo pueda trabajar como pintor. Soy curioso y me interesa todo lo que es lenguaje, me interesa comunicar algo de esto que yo llamo el vivir de cada uno. Desde la escritura hasta las artes plásticas, y obviamente la actuación y la dirección, son todos familiares que conviven en un espacio común. Son maneras de dialogar conmigo, con el mundo, con los objetos y con las cosas”, señala Chávez.

En La ballena, que se presenta en el Paseo La Plaza, Chávez interpreta a Charlie, un hombre con obesidad mórbida que, ante la sospecha de que su tiempo se acorta, decide recomponer el vínculo con su hija. Ella es parte del mundo juvenil con el que él intenta reconectar: también se suman un joven misionero que busca salvarlo y sus alumnos, que nunca lo ven. En la adaptación que Chávez escribió junto a Camila Mansilla, con dirección de Ricky Pashkus, no se trata de sanar relaciones rotas ni de sentenciar condenas o absoluciones. Se trata, como explica en este diálogo, de abrir una mirada sobre la complejidad de lo humano.

–¿Buscaron con esta puesta de La ballena romper con cierta simplificación del relato de despedida?

–El material original está intervenido en ese sentido: para dejar una apuesta, no una resolución. Hubo varios elementos que fuimos trabajando en la adaptación. El texto original es mucho más antirreligioso que lo que nosotros planteamos. Entendemos que la religiosidad es un elemento importante, pero no solamente como problema, también como posibilidad. Ninguna institución puede arrogarse el derecho de resolver el misterio humano: ni la religión, ni la economía, ni la ciencia, ni la psicología, ni la psiquiatría, ni el arte. Intentamos que la gordura mórbida de este hombre no se convierta en el objeto de reflexión, porque para nosotros el punto es la naturaleza humana. Lo que le pasa no es porque es obeso mórbido; lo que le pasa es porque es un ser humano. La obra tiene un gancho, una forma de llamar la atención. Pero no podés estar 80 minutos mirando a alguien solo porque es mórbido. Eso sería ridículo. Lo importante es que, detrás de ese primer impacto, encuentres la complejidad de ser humano.

–¿Qué fue lo que te atrajo de Charlie?

–El juego teatral que te permite, la impertinencia de presentar en escena una situación física que desde el comienzo tiene que parecer verosímil, aun sabiendo que no lo es. El material tiene aspectos que me conmueven, como desacralizar la voluntad de morirse. ¿Por qué hay que tomarlo trágicamente? De pronto, un ser humano puede decidir: hasta acá llegué, no quiero más. ¿Cómo podemos determinar qué significa la vida para los otros? Somos muy exigentes, muy despiadados con lo que uno no logró. Hay muy poca tolerancia al fracaso, y fracasar es muy costoso. Charlie es alguien que ha sufrido mucho y que presiente que llegó su momento. Me conmueve mucho el relato sobre los elefantes, que cuando sienten que van a morir, se apartan de la manada. Me parece que Charlie también decide apartarse de la manada.

–Otro aspecto atractivo es que Charlie cuestiona cómo se interpreta la voluntad de Dios.

–Por eso es interesante la relación de Charlie con el joven misionero, que llega a una decisión final rotunda, tal vez porque no logra que Charlie acepte su piedad. Hermosa piedad, pero limitada. Porque pretende cerrar un concepto. Habría que tener piedad con el misterio. En el original el chico está tratado como una figura un poco tonta. Nosotros intentamos darle valor. Es un militante serio de algo que cree que puede descubrir. Pero no logra soltar sus herramientas habituales para buscar otras. Quiere entender dentro de su propio marco. El chico le dice “yo voy a pensar qué fue lo que pasó”. Primero, pensar es difícil. Y segundo, es un acto de soberbia. Pero además es una invitación: “yo quiero saber, yo te quiero ayudar”. Y ahí queda un compromiso de futuro. Cuando vuelve y dice “pensé y sé qué pasó entre el padre de tu pareja y tu pareja”, Charlie le pregunta: “¿Qué pasó?” Y él abre la Biblia y responde desde ahí.

–¿Tiene algo que ver con lo que Charlie recomienda a sus alumnos?

–Exacto. Sean personales. Busquen, les dice. Pero no es tan fácil ser personal. Eso es lo que él admira profundamente y sublima en su hija: que a los 13 años lee Moby Dick con una mirada que te deja helado. Ser personal es un misterio tan grande que nadie sabe cómo lograr que otro lo sea. El material habla también de ese corrimiento inevitable que debe asumir quien verdaderamente quiere expresarse. Entiendo que Charlie diga “esto es maravilloso” cuando lee lo que escribió su hija: que Melville no se atrevía a hablar de lo que realmente quería. Porque, entre otras cosas, está luchando con 40 bestias, sus alumnos, a los que no les importa ser personales, ni saben qué es involucrarse. Podés invitar de mil maneras a alguien a involucrarse consigo mismo, pero ese acto es siempre autónomo.

–En la puesta, el ambiente es lo suficientemente amplio como para que el cuerpo de Charlie no sea omnipresente ni el único punto de atención del espectador.

–Tomamos decisiones en ese sentido. La obra original muestra el espacio lleno de restos de comida. Nosotros sacamos eso. No quisimos hacer algo promiscuo. Es evidente que este hombre está así porque come, no hace falta poner comida por todos lados. También por eso el espacio no es agobiante ni está abarrotado. Fui agregando elementos, como las toallitas, que incorporé a la composición. Me imaginé que es alguien que necesita tener ciertas cosas a mano, porque no puede moverse fácilmente. Por ejemplo, tengo un lápiz sostenido con una cintita, porque si lo deja en algún lado y se olvida, está jodido. Son detalles que construyen una mirada afectiva desde mi oficio. Tienen que ver con cosas que uno vio o imagina, y desde ahí se construye el personaje y su modo de habitar el espacio.

–Decís “oficio” para referirte a la actuación. ¿Por qué elegís esa palabra?

–Para mí lo que hago es un oficio. Un oficio que, con suerte, se transforma en arte en algún momento. Es oficiar en el espacio del arte. No significa que yo sea un artista. Tal vez lo soy a veces. Yo soy un oficiante. Es un quehacer diario, un camino en el que vas comprendiendo ciertas partes de un territorio, que es también el de tu vida. Llegar al punto en el que estoy, a la edad en que estoy, y seguir sintiéndome interesado, preocupado, asustado, ignorante, descubridor de cosas es un privilegio que me enorgullece… ¿Qué más puedo pedir como ser humano? «

La supuesta pelea de Chávez con Ricardo Darín

Una comedia de enredos insospechada buscó enfrentar a Chávez con Ricardo Darín en los medios. “Cada uno interpreta lo que quiere. Yo siento que ofenden mi inteligencia. ¿Cómo voy a mandar un tiro por elevación de ese tipo?”, dice Chávez. Angustiado, consiguió el teléfono de su colega y le explicó lo que había dicho. “Encaré el tema con él, porque era el único que me preocupaba. Y él me respondió al toque, muy amorosamente. Lo resolvimos hablando en privado”, revela.

No cree que sirva hablarse a través de los medios. “Todo eso es muy dañino. Mirá lo que le pasó a Ricardo. ¿En qué mundo estamos que un hacedor tan importante se transforma en un tipo con una empanada detrás? Todos los medios hablando de cuánto pagan la docena de empanadas. ¿Cómo no vamos a tener los gobiernos que tenemos, si sostenemos los temas que sostenemos? ¿Quién tiene ganas de comunicarse si todo se transforma en una caza de brujas? Estamos en la dictadura de la aparente libertad. En los ’70 era ‘no hables porque está prohibido’. ‘Hablá todo lo que quieras porque es un negocio’, y en algún momento te escrachan. Y ojo, eso lo hacemos los humanos, no solo los gobiernos”.

Mundo plataformas

El clima que propone Julio Chávez es cálido, amable; un espacio cargado de arte y de tiempo. Ese tiempo también le sirve para pensar cómo vive las agresiones a la cultura. “Más allá de la bestialidad de producir daño en instituciones fundamentales, me parece un buen momento para preguntarse: ¿para quién es importante el arte? Tal vez la humanidad está demasiado vulnerable como para entender que sí lo necesita. Tal vez se ha transformado en un elemento más de la sociedad de consumo, y se cree que puede ser reemplazado por otra cosa», reflexiona .

«Sin dudas el desguace del INCAA es una bestialidad. Pero las plataformas están ejerciendo su poder, y eso tiene que ver con un gran movimiento global. No es que los canales no producen porque no quieren: no producen porque apareció la gran Farmacity audiovisual, que hace que la farmacia chiquita cierre. Algo brutal está pasando en el mundo. Nos pusieron a vivir al ritmo de las grandes Farmacity audiovisuales. Y no haría responsables sólo a los gobiernos”.

La Ballena

Autor: Samuel D. Hunter. Adaptación: Camila Mansilla y Julio Chávez. Dirección: Ricky Pashkus. Intérpretes: Julio Chávez, Laura Oliva, Manuela Yantorno, Máximo Meyer y Emilia Mazer. De jueves a domingo a las 21 en el Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660 (CABA).



admin

admin

Keep in touch with our news & offers

Subscribe to Our Newsletter

Comments

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *