Make your inbox happier!

Subscribe to Our Newsletter

Más producción y menos ingresos para quienes trabajan la tierra

En los mercados de frutas y verduras de todo el país hoy se vive una paradoja difícil de sostener: las góndolas y ferias están con buena cantidad de alimentos frescos gracias a una temporada de cosechas abundantes, pero las y los productores no logran cubrir sus costos. Mientras la inflación interanual supera el 33%, los …


En los mercados de frutas y verduras de todo el país hoy se vive una paradoja difícil de sostener: las góndolas y ferias están con buena cantidad de alimentos frescos gracias a una temporada de cosechas abundantes, pero las y los productores no logran cubrir sus costos. Mientras la inflación interanual supera el 33%, los precios de muchos productos quedaron estancados o incluso retrocedieron.

El consumo interno cayó en torno al 6% y, a pesar de que hubo más oferta que nunca, la demanda no acompañó. Así, el campo que alimenta enfrenta una campaña marcada por buena cosecha que, lejos de ser sinónimo de prosperidad, se convirtió en sinónimo de crisis.

Los precios en el Mercado Central muestran volatilidad y señales de caída en varias frutas y hortalizas. La papa retrocedió alrededor de un 15%, el tomate hasta un 30% y la lechuga más de un 40% en su valor mayorista. Algo similar ocurrió con cítricos como la naranja y el limón, o con la manzana.

Aunque en algunos casos hubo picos de suba por el ingreso de mercadería importada de calidad superior o por la apertura de nuevas zonas productivas, esos incrementos fueron pasajeros y la tendencia general fue a la baja.

En términos reales, la mayoría de estos productos quedaron por debajo de la inflación acumulada del año, lo que implica que, aun con aumentos parciales, bajaron o mantuvieron los precios frente al resto de la economía.

Mientras tanto, los costos internos del sector crecieron con fuerza: los fertilizantes, los insumos biotecnológicos, las maquinarias agrícolas, los materiales para herramientas y la energía impulsada por la alza en las tarifas achicaron las ganancias de los pequeños y medianos productores. Por eso muchos registraron buenas producciones pero no lograron mejorar sus ingresos generando que en algunos casos vendieran al mismo precio que la cosecha pasada.

Los insumos esenciales se dispararon. Los precios de los combustibles treparon cerca del 200 por ciento desde fines de 2023, según relevamientos oficiales, mientras que los fertilizantes importados mostraron subas superiores al 170 por ciento. Plásticos, herramientas, semillas e insumos con componentes dolarizados también siguieron esa curva ascendente.

Simultáneamente, la logística sumó su propia carga ya que el Índice de Costos de Transporte de Cargas FADEEAC (ICTF) registró un aumento de 85% durante 2024, y si se considera su evolución en los últimos doce meses, el acumulado supera el 185%. Estos incrementos repercuten directamente en los costos de mover hortalizas desde campos al Mercado Central o a los centros urbanos.

La otra cara de la moneda fue la caída del consumo. Datos de agosto y septiembre marcan que la venta minorista de alimentos frescos se retrajo en torno al 6%, con descensos más pronunciados en los sectores populares, que recortan en frutas y verduras al ajustar su gasto.

Javier Conehua productor del cordón hortícola de La Plata integrante de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) denunció que “el desmoronamiento del consumo hace que no se logre vender y se tiran cosechas. En el campo, una bolsa de cebolla de 20 kilos se paga entre 200 y 500 pesos, un valor que recibíamos hace cinco años. Es imposible sostenerse así”.

La explicación se resume en costos crecientes, precios estancados y caída de la demanda interna. Aunque hubo más producción, los compradores son los mismos y los bolsillos no acompañan. El resultado es un exceso de mercadería que presiona los precios a la baja y achica los márgenes de ganancia.

Y la cadena de comercialización no juega a favor ya que mientras en el campo se pagan precios bajísimos, en los comercios de cercanía y supermercados los valores son mucho más altos, con la diferencia capturada por intermediarios y mayoristas. La brecha entre lo que recibe el productor y lo que paga el consumidor es cada vez mayor.

La crisis no se limita al sector frutihortícola. El campo alimentario en general atraviesa un momento complejo. En la lechería, los tambos medianos denuncian precios congelados frente a subas constantes en los costos de alimento balanceado y energía. En la producción de huevos, la sobreoferta generada por el buen año productivo también tiró los precios a la baja, dejando a muchos establecimientos al borde del cierre.

El sector ganadero, si bien pudo sostener algunos niveles de exportación, enfrenta un consumo interno en retracción, con caídas en las ventas de carne vacuna de hasta un 12% respecto al año pasado, según datos de la Cámara de la Industria de la Carne.

Poca tierra para los pequeños productores

El dato general de fondo, recordado por informes del INTA, es que los pequeños productores representan el 64% de las explotaciones agropecuarias del país pero ocupan apenas el 13% de la tierra cultivable que en muchos casos alquilan a precios dolarizados.

En ese espacio reducido, hacen un aporte significativo a la diversidad alimentaria, a la producción de verduras frescas, hortalizas locales y productos de proximidad. Pero esa condición estructural los obliga a enfrentar el ciclo productivo con escasos recursos, acceso limitado al crédito, dificultades para transporte o almacenamiento, y competitividad reducida frente a grandes operadores.

La paradoja de 2025 es que fue un año bueno para producir, pero malo para vender. El resultado es que el campo que alimenta, el que produce para las mesas argentinas, se encuentra en su peor momento. Con precios que no acompañaron la inflación, con consumo retraído y con costos que crecieron por encima de cualquier margen, la ecuación es negativa. El riesgo no es solo económico: es también alimentario.

Si los productores no logran sostener sus chacras, tambos o quintas, se debilita la base de la soberanía alimentaria del país. Por eso desde las organizaciones rurales y cooperativas se insiste en la necesidad de políticas públicas urgentes: programas de compra estatal de frutas y verduras para destinarlas a comedores y escuelas, créditos blandos para insumos básicos, subsidios al transporte y apoyo a las redes de comercialización directa entre productores y consumidores.

«No alcanza con decir que hay abundancia de alimentos si no hay consumo ni precios justos. Necesitamos medidas que sostengan al campo que realmente alimenta«, plantean desde la Mesa Agroalimentaria Argentina (MAA).



admin

admin

Keep in touch with our news & offers

Subscribe to Our Newsletter

Comments

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *