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El tenis me da muchísima adrenalina, no experiencia religiosa

Mariana Enriquez está suscrita a sólo dos plataformas: Spotify y Tennis TV. Como Diego Maradona, se crió en Lanús y parte de su familia materna nació en la provincia de Corrientes, como su abuela Hilda. Escritora, periodista, argentina, si el tenis es su deporte favorito, lo sigue el fútbol. Acá, Enriquez –casi siempre asociada al …


Mariana Enriquez está suscrita a sólo dos plataformas: Spotify y Tennis TV. Como Diego Maradona, se crió en Lanús y parte de su familia materna nació en la provincia de Corrientes, como su abuela Hilda. Escritora, periodista, argentina, si el tenis es su deporte favorito, lo sigue el fútbol. Acá, Enriquez –casi siempre asociada al rock y al género del terror– habla de tenis y de Novak Djokovic, de la “crucifixión” post mortem de Maradona, del deporte de élite y de los hinchas, de por qué el fútbol no necesita a la literatura, y más.

–Si David Foster Wallace vio en el tenis –o en Federer– “una experiencia religiosa”, ¿cómo ves y qué cuando ves tenis?

–A diferencia de muchos escritores y fans, nunca lo fui de Federer. Por supuesto: fue un tenista fabuloso, único, elegantísimo. Pero había algo en lo que provocaba en la gente y en su personalidad que, al contrario de la mayoría que le agradece todo, trajo una cosa acartonada y aristocrática. Sí su figura consiguió cierta popularización del tenis. Pero no es un personaje que me divierta. Es un “bien educado”, correcto, alguien que juega con las reglas de las instituciones. Me cuesta bastante separar la belleza de su tenis de su narrativa. Me entusiasmaba más verlo a (Rafael) Nadal, a pesar de que me cae peor, porque tenía una ferocidad, una intensidad que traía algo diferente. Ese texto de Foster Wallace y otro de Geoff Dyer, Los últimos días de Roger Federer, me dan un poco de tirria. Toda la fanfarria intelectual con Federer, como si fuese lo correcto que te guste, como que a una persona a la que no le gusta el deporte, sí se rinde ante su elegancia. Ese discurso me parece medio nefasto. El tenis me da muchísima adrenalina, no experiencia religiosa. Cuando me pasa con Djokovic, no lo llamaría así. Religioso en el sentido de una explosión de amor, un deslumbramiento. Cuando lo veo ganar a Nole o a otro jugador que me guste, me da una sensación de victoria plena, eufórica. Y durante el partido sufro, tengo muchos nervios. Es muy intenso. No tengo éxtasis contemplativo. Para mí es súper inmersivo.

–¿Qué encierra que al tenis se lo llame –o se lo llamara durante más de un siglo– “el deporte blanco”?

–Es como el del fair play, ¿no? Es en general un deporte de clase media que une a los que los ven y a los que los juegan. Quizás este momento no tenga el altísimo nivel de jugadores o no sea tan épico como otros, pero hay jugadores como Frances Tiafoe, hijo de inmigrantes africanos de Sierra Leona, y tantos de Europa del Este, la Europa pobre, a los que no les bancaron las carreras. A lo mejor no es el momento más deslumbrante del tenis. Es muy físico, no tenés tantos “artistas”, pero es un momento en el que llegó muy alto mucha gente que naturalmente no tenía que estar ahí porque es el deporte de los jefes. Es un cambio. También lo dominante que se volvió España, la persistencia de Argentina aunque sean pibes de clase media. (Sebastián) Báez no es el típico jugador blanco. Y después, el top 20 gana mucha plata muy rápido en premios. Se vuelven ricos. Y son pocos. Es un deporte de por sí de características elitistas y, al mismo tiempo, muy popular. Tiene aura principesca y, con los sponsors y la ropa y todo eso, están solos, no se pierden en el equipo. Requiere un poco de esa distinción. Me gusta que sea un poco contradictorio con lo progre. Crecí viendo a (Gabriela) Sabatini y a (Guillermo) Vilas; era más chica con Vilas pero lo tenía muy presente. A Steffi (Graf), a Monica Seles, que la acuchillaron y la estaba viendo desde mi casa en Lanús, con mi padre desocupado. No hay que sobreinterpretar todo, todo el tiempo. La recepción de los que ven de este lado tampoco es tan unívoca.

–¿Open, autobiografía de Andre Agassi, es “una película de terror”? ¿Qué arrastra el alto rendimiento?

Open es un librazo porque desnuda al alto rendimiento. Es body horror por el nivel de modificación del cuerpo. Los tenistas son muy parecidos a las bailarinas. Gente que se lesiona, termina su carrera. Que juega lastimada. Nadal jugando con todo el cuerpo roto. Andy Murray con una cadera de platino. Chicos que tienen fractura de estrés en la columna, que es muy común, como Paula Badosa y Andréi Rublev. Y el tema de la cabeza. Es tan psicológico y estresante y estás tan solo en el tenis. Y el dinero. Todos los deportes de alto rendimiento tienen la misma característica: la explotación y exposición de una persona muy joven sacada de sus ambientes naturales o normales de experiencia, incluso familiar. Cuesta hacer un trabajo donde cuerpo y cabeza no pueden fallar a una edad en la que todo falla en cuerpo y cabeza. Y donde están sometidos a un montón de intereses que no son los propios: el del entrenador, el de los sponsors, el de los mánagers, el del público, el de los organizadores, el de los países. No hablo sólo del tenis. Y todo eso pende de un hilo. El nivel de tensión que tenés con todo eso, porque saliste corriendo de tu habitación, te caíste, te rompiste la pierna y se terminó todo. Y la depresión. Agassi lo cuenta muy bien: sentir que no sabés hacer otra cosa. Te pusieron a pegarle a la pelota a los cinco años, preparaste tu cuerpo y, por eso, está destruido, probablemente, y no sabés hacer otra cosa en un sentido amplio; no sabés socializar, en muchos casos no fuiste a la escuela y tenés 30 años, la edad en la que muchas personas empiezan a vivir, y ya estás acabado y a veces humillado. Y sometés a tu cuerpo a regímenes muy exigentes y a otras exigencias, como tu manera de dormir, de comer, los suplementos y todo lo que hacés para convertirte en una máquina. Y, al mismo tiempo, las enormes posibilidades de que esa máquina falle y se desmorone una estructura. Es muy notable que en los cuerpos de los atletas la mirada que tenemos los que no somos atletas –hasta que sabemos un poco– es que son muy sanos y no lo son. Están muy intervenidos, desgastados, lastimados. Juegan con dolores permanentes, ese dolor maquilla a otros. En tenis tenés pocos días entre un partido y otro, y a veces no se resuelven las lesiones, se van arrastrando y enmascarando, y juegan con mucho dolor porque además está el dopaje. Carlos Alcaraz dice que él quiere ser feliz y pasarla bien jugando al tenis, que quiere ser el número uno del mundo pero que no quiere el tipo de entrega y sacrificio que le pusieron Nadal, Federer y Nole, y la gente sale a matarlo. “Bueno, pero si querés ser el número uno tenés que hacer el esfuerzo que hicieron ellos, porque nadie lo hizo así”. Lo que pasó con estos supersónicos es que pusieron en el tenis muy alta la sobreexigencia para todos los demás, que no tienen la misma capacidad física y mental que tienen ellos, que son como unos freaks. Es cada vez más transformar tu cuerpo en una máquina para cumplir con ese deber cada vez más alejado del juego y más cerca de la competencia. Es fascinante. Y también un signo de los tiempos.

Mariana Enriquez: "El tenis me da muchísima adrenalina, no experiencia religiosa"
Novak Djokovic celebra luego de ganar la final de Wimbledon 2022.

Foto: Adrian Dennis / AFP

–¿Por qué Djokovic es la única persona de la que querés escribir su biografía?

–Fue una exageración para dar la talla de la admiración. Es uno de los pocos deportistas que vi en torneos absurdos que había ganado cinco veces. Es la irrupción en ese tenis con esa narrativa armada de elegancia versus fuerza, de Suiza versus España. Él entra como mal vestido, Europa del Este, incorrecto, y genial, y muuuy inteligente, y contradictorio, loco, amoroso, como gran personaje, como un tipo que no se cuida, un jefe, que no tiene que andar rindiéndole pleitesía a nadie. Cuando ganó la medalla de oro en París 2024, lloré por la capacidad narrativa de Djokovic. En una final de Wimbledon que le ganó a Federer, lo quebró psicológicamente y levantó como tres matchs points y enmudeció ese estadio que quería que ganara “el principito” y ganó “la bestia negra”. Incluso ahora, un año después, está jugando mal –para su nivel–, ya es grande, no está muy motivado, está lento, y el tipo entra a esos Juegos Olímpicos y gana el oro con ganas y hambre. Veía esos partidos y, más allá de su talento y de mantener la cabeza clara, me decía: “No puedo creer el bestial triunfo de la voluntad de este hombre”. Él produce cosas permanentemente. El tema de las vacunas en Australia, que sea el más ganador del Abierto de Australia y nadie lo quiera justamente por eso. Todo el rollo con Serbia, los bombardeos de chico, el resentimiento que le percibís; el Adria Tour que hizo durante la pandemia por Serbia, que es como una locura; el padre que está súper loco y que dice que su hijo es Espartaco; es una máquina de producir eventos solo, y es brillante. Que es más elegante Federer por el tipo de revés y hasta por el porte físico, puede ser. Pero lo que tiene Nole –y no lo tiene ningún otro– es un control absoluto de toda la situación. Cuando está bien es como si narrara él la cuestión. Muchas veces lo vi tres games abajo pensando que ya estaba y ganando ese set y el partido. Como si se hubiera dejado estar por la seguridad que tenía. Cuando él está afilado, parece que pudiera ver el futuro, y eso es mortal. Es un tipo de intuición que tenía Diego; lo veías y decías que ganaba con esa otra cosa, que son las pocas épicas que quedan en un deportista.

–¿Qué fue el Argentina 2–Inglaterra 1 de México 86?

–La batalla de las Termópilas, como 300. Es como una guerra, ¿no? Como los que están en las Termópilas, en inferioridad de condiciones, y ponerlo todo ahí. Eso se lo robé a Leila Guerriero, que editó El partido, de Andrés Burgo. Leila no sabe nada de deporte y quedó enloquecida. Ese partido lo vi en la casa de mi abuela paterna en Lanús. Con mi papá, mi tío y otros amigos de mi papá que no recuerdo. Y lo tengo clarísimo como recuerdo: fue la primera vez que lo vi llorar a mi papá, que no era muy llorón. La primera y la última. Por ahí lo vi emocionado otras veces, pero llorando así, emocionado y con sentimiento, sólo en esa oportunidad. Y después se salió a festejar a la calle, aunque no entendía mucho qué había pasado. No me acuerdo de los goles, de verlo en la tele. Andaba dando vueltas y los hombres mirándolo. Pero sí me acuerdo mucho del ambiente alrededor y de la absoluta descarga emocional en la calle. Fue muy impactante. Nunca había visto a adultos comportarse de esa manera. Tenía 12 años. Nunca había visto a adultos comportarse así y no sabía que se podían poner así y que se podían poner así por un evento deportivo. Me cambió algo en la cabeza. Entendí. Dije: “Esto es importante”.

–“Diego sabía, en vida, que viviría después de la muerte y eso es demente y es inimaginable e incompatible con lo que entendemos como cotidiano”, escribiste tras su muerte. ¿Cómo vive hoy, a casi cinco años?

–Diego es una persona fenomenal, brillante, atormentada y sufrida. Y en ese sufrimiento incluye dañar a los otros. Estaba en una situación absolutamente imposible para una persona: saberse inmortal, un mito viviente. Ver a una persona que el mundo entero conoce, sobre el que el mundo entero opina, es muy raro. Y que esa persona no pueda confiar en nadie. Él es genial. Una vez Charly García dijo: “Si quisiera cantar sería genial porque es genial en todo”. Era voluble; era adicto, y eso es importante en su personalidad, como que se automedicaba, que tenía una falta. Hoy están los maradonianos, que siempre lo van a querer. Pero me llama la atención que hay muchísimo juicio con Diego. Gente que dice que era un gran jugador pero una pésima persona, la insistencia en las adolescentes con las que tuvo supuestamente relaciones, los hijos que reconoció tarde, y las drogas, y esto sí me parece una barbaridad, el colmo del puritanismo, porque estás enfermo, y porque se murió de eso, sufriendo. Hay algo un poco despiadado; él fue despiadado consigo mismo. Y lo de “peroncho” como una cosa backlash. Maradona ya no es indiscutible. Volvió al barro, y está bueno. Es una parábola muy cristiana, como que la crucifixión está aconteciendo ahora, no en vida. A mí me parece incomprensible no quererlo a Diego. Pero me llama mucho la atención cuánta gente lo detesta, lo desprecia y lo expresa todo el tiempo públicamente.

–¿Qué será el título de Qatar 2022, las más de cinco millones de personas en las calles, la consagración de Lionel Messi?

–El Mundial de Qatar tiene dos miradas. Una, la mirada desde Argentina, toda la gente en la calle, lo que significó. Es un Mundial que se da con las redes sociales y lo ganamos y entonces eso es totalmente irreproducible en otro momento histórico y tiene muchísimas más imágenes que los otros, imágenes en todo sentido: del partido, de la gente, de los hinchas, de los jugadores, del detrás de escena. Es el Mundial perfecto para ganar: tenés todo. Pero en la historia del fútbol, y desde una mirada internacional, es el Mundial de Leo Messi. Es como la medalla de oro de Djokovic. Es un momento narrativo para Messi, y que haya ocurrido después de la muerte de Maradona… Hay un arco, son esas cosas en las que la vida imita al arte, porque es un tipo de arco narrativo que es casi literario pero que cuando pasa en la realidad, nos conmociona.

–Dijiste que hay un “pozo narrativo”, menos de lo que se pensaría en relación a la riqueza narrativa del fútbol.

–La riqueza narrativa del fútbol tiene muchísimo que ver con los grandes jugadores. Agarrá cualquier historia de uno de los grandes jugadores y es un cuento. Y, sin embargo, sacando en Argentina al Negro Fontanarrosa, hay muy pocos cuentos de fútbol. Mi cuento favorito de fútbol es “Buba”, de Roberto Bolaño. Quizá no hace falta. ¿Por qué tiene que estar todo en la literatura? Hay un agujero narrativo pero no sé si hay que llenarlo. A veces uno piensa lo que dijo y lo vuelve a pensar y dice: “No, qué boludez”. El fútbol quizás es más importante que la literatura, no necesita un cuento. Por ahí estaría bueno que hubiera más biografías, o libros como El partido. Creo que de Diego todavía no hay una buena biografía. Hace unos días me mandé a pedir Munichs, un libro de David Peace sobre el accidente de avión en el que murió un equipo del Manchester United. Tengo muchas ganas de leerlo, pero no sé. ¿Y para qué tiene que haber literatura narrativa de fútbol? El fútbol se cuenta solo.

–¿Por qué Marcelo Bielsa es “insólito”?

–¿Lo viste? Es insólito porque es insólito. Cómo se mueve, las cosas que dice… Cuando vivía en Leeds, que iba caminando hasta uno de esos supermercados tristísimos que hay en el norte de Inglaterra, los Morrisons, y se compraba siempre lo mismo. Este es un momento de técnicos muy personajes, como (José) Mourinho. Y Bielsa cumple su personaje pero tiene esos tics obsesivos y, al mismo tiempo, la exigencia ética a sí mismo y a los demás. Es como un profesor, pero el profesor medio trastornado aunque adorable.

–“Hay una dificultad muy grande no solamente de los varones, sino socialmente, de expresar lo sentimental, lo cursi, lo intenso, lo devoto. A los varones les pasa solamente en el fútbol y se mezcla muchas veces con la violencia”, dijiste en una entrevista en 2024, y que “el fan hoy es activo en la producción de objetos culturales capitalistas”. ¿Cómo son hoy los hinchas en relación con los de los 80 y los 90, cuando se sucedían peleas entre barras y contra la Policía? Muchos hinchas de décadas de ir a la cancha observan una cierta tiktokización de “fans”.

–Está bueno lo que pasa con los hinchas ahora. Que sea menos violento y mafioso siempre es mejor para todos. Pero todo se adapta a los tiempos. Sí, hay cierta cosa TikTok. Pero lo que más me entusiasma del hincha de fútbol hoy es la altísima participación de las chicas. Está buenísimo que sea cool para una piba que se ponga la camiseta de su equipo, que sea sexy. Ojalá esto siga y por fin los chicos gays a los que les gusta el fútbol también puedan participar. Muchos participan, pero que puedan participar plenamente. Que puedan decir: “¡Qué fuerte que está Paredes!”. Que esta especie de despegue más ligero en cuanto a la relación con el fútbol, más estético, más de mostrarse, menos de ese compromiso auto sacramental que tuvo durante mucho tiempo, sirva para que se amplíe un poco y se deje cierta solemnidad que tiene a veces lo muy normativamente masculino, que a veces se va de mambo. “La vida o la muerte”. “Robarles la bandera”. Una cosa totalmente infantil llevada a la furia, al combate. En cambio esta levedad, más fashion, ligera y líquida, es interesante para que pueda entrar otra gente. Todo esto, por supuesto que para los viejos y no solo para los viejos, les puede parecer… Me acuerdo de un audio viral durante el Mundial de un uruguayo que rezongaba y que decía: “¡Somos uruguayos! ¿Dónde está la garra charrúa? Estos con el pelito, el pantaloncito, que la babucha”. Y tiene razón, los querés matar un poco, cuando se tatúan dentro de la nariz, y decís: “Hermano, ponete media pila y ganame este partido porque te voy a matar”. La convivencia de las dos cosas le trae un poco de conflicto y de humor que a veces es un poco necesario, sobre todo cuando en el fútbol sudamericano hay que salir de ciertas negruras horribles.

–Hay fútbol en Nuestra parte de noche (2019), con la que obtuviste el Premio Herralde de Novela. Gaspar juega (muy mal) a la pelota. Y el Negro dice: “El infierno es ir ganando y que te den vuelta el partido en dos minutos”. ¿Cómo opera el fútbol dentro de una novela o un cuento?

–Fue fundamental poner el fútbol en la vida de Gaspar porque era una manera de aterrizarlo, de sacarlo de ese mundo en el que vive con su padre y acercarlo a algo que es tangible, compartido, comunitario, y que le da esa felicidad que él no puede reproducir casi en ningún otro lugar de su vida. Y además porque son los 80 y es el momento histórico del Mundial 86. Y a un chico de su edad le cambió la química cerebral lo que pasó. El deporte, en la literatura, a veces suele estar bastante ausente, cuando en la vida real está muy presente. Por eso el realismo es una trampa: porque lo que estás viendo es a través de los ojos de un escritor o de una escritora que a lo mejor no le interesa y no lo pone. Yo tampoco lo pongo siempre, porque tampoco hace falta siempre, pero ahí sí. Que “el infierno es ir ganando y que te den vuelta el partido en dos minutos”, si te gusta el fútbol, no te lo tengo que explicar. Venís de 87 minutos ganando 1 a 0, lo aplanaste al partido, estás defendiendo bien, y te quedan tres minutos y te meten dos goles. Si me pasa eso en una final, me voy a la cama, me dan ganas de dormir, es el infierno, la injusticia divina, se metió el diablo en la cancha, y es desesperante haber perdido el control así, todo, todo, todo, perdiste el control, la calma, perdiste, decepcionaste a la gente que estaba contenta, en un pico, y los mandastes a todos a la depresión. Es muy horrible perder así.



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